Borondo (1989) hizo sus primeros garabatos en Segovia, ciudad donde temprano empezó a interesarse por las viejas fachadas. Fue tiempo después, tras su llegada a Madrid, cuando se introduce en el graffiti más purista e inicia paralelamente otra búsqueda estética más ligada a la pintura tradicional.
Con el tiempo estos dos puntos de partida se fueron aunando, comprendiendo entonces el aerosol como un recurso técnico y el espacio público como el legítimo lugar expositivo. Esto supuso además la pérdida de un lenguaje gráfico más propio del graffiti o la ilustración para emprender una búsqueda estética más pictórica y expresiva. Sus intervenciones se caracterizan por la integración al espacio, el estilo realista y taciturno de sus figuras y el sentido lírico de sus múltiples lecturas.

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